Salir de la zona de confort - Sortir de la zone de confort - To leave the confort zone
-En français après le texte en espagnol-
-In English after the Spanish and French text-
Nunca te vas a SENTIR listo porque el ESTAR listo es una decisión, un acto, no un sentimiento ni una emoción.
Salir de la zona de confort es una decisión y acción paradójica: implica renunciar a aquello que nos da seguridad para abrirnos a lo que, en apariencia, amenaza esa seguridad. La comodidad de lo conocido nos ofrece calma y estabilidad, pero también encierra y limita con lo mismo de siempre, lo ya experimentado, lo que no incomoda. Sin embargo, ¿cómo aprender, descubrir o crecer si nunca nos exponemos a lo que no dominamos? Permanecer en la comodidad puede sonar tentador, pero la vida que se repite sin variaciones termina por volverse monótona.
El miedo, sin duda, es uno de los mayores obstáculos en este cambio. Miedo a ser juzgado, a no estar a la altura, a no saber qué sucederá, a fracasar o a no tener a alguien que nos acompañe en el proceso. Ese miedo se alimenta de la incertidumbre, que como señalaba Kierkegaard, es la esencia misma de la existencia: lo humano vive siempre entre la seguridad de lo conocido y la angustia de lo posible. Es precisamente esa angustia la que despierta cuando consideramos dar un paso más allá de lo familiar. Y, sin embargo, sin angustia no hay libertad, sin riesgo no hay transformación.
Lo desconocido es terreno fértil, aunque muchas veces se viva como amenaza. Winnicott insistía en que el verdadero desarrollo subjetivo se da en el espacio intermedio entre lo seguro y lo incierto, allí donde el individuo juega, experimenta y crea. En otras palabras, la experiencia de crecimiento requiere de un cierto grado de incomodidad. Esa incomodidad, lejos de ser un obstáculo, es el umbral que anuncia que algo está en movimiento.
La zona de confort, en cambio, es un lugar donde nada cambia. Allí no hay riesgo, pero tampoco novedad. Quedarse siempre en lo mismo produce una ilusión de control, pero al precio de renunciar a las múltiples dimensiones que la vida ofrece. Carl Rogers, desde la psicología humanista, hablaba del “proceso de convertirse en persona” como un movimiento continuo, una apertura constante a la experiencia. Y añadía que no hay crecimiento sin un grado de vulnerabilidad. Exponerse a lo desconocido es aceptar que uno puede fallar, y que ese fallo es parte constitutiva del aprendizaje.
Cuando alguien se atreve a salir de lo seguro, no siempre obtiene un resultado inmediato o exitoso. Puede suceder que algo no salga como se esperaba, que el intento decepcione, que incluso confirme que no era el camino adecuado. Pero esa experiencia ya es valiosa en sí misma, porque elimina la duda paralizante y orienta hacia nuevas direcciones. En el peor de los casos, se aprende. Y aprender, como decía Albert Einstein, es abrir la mente de tal forma que nunca vuelve a su tamaño original.
En este sentido, el verdadero miedo no debería estar en el fracaso, sino en la imposibilidad de haberse arriesgado. Lo más doloroso no suele ser haber intentado y fallado, sino haber quedado encerrado en la pregunta sin respuesta: ¿qué habría pasado si me hubiera atrevido? El peso de esa renuncia suele ser más grande que el de cualquier error.
Salir de la zona de confort no significa lanzarse al vacío sin medida ni cuidado. Se trata de hacerlo dentro de nuestras posibilidades, con responsabilidad y respeto hacia uno mismo. La incomodidad que genera este movimiento no es destructiva si se transita con conciencia ; es, más bien, la señal de que el yo se expande, de que la mente y el alma se abren al mundo. Afuera, donde no hay garantías, sucede la vida en toda su complejidad. Allí aparecen encuentros inesperados, descubrimientos, aprendizajes y, sobre todo, la posibilidad de reinventarse. Y se pueden empezar con cosas pequeñas como empezar a hacer cosas solos como ir por un café, a un restaurante o al cine. No necesariamente tiene que ser cambiar de trabajo o reconvertirse profesionalmente. Los grandes cambios y los grandes pasos, al fnal, son el resultado de muchos pasos pequeños que diste. Empezaras por ir a un café tu solo, para terminar poniendo tu cafetería.
La vida no está hecha para ser completamente controlada. Una existencia que solo busque evitar el dolor o la incomodidad es, al mismo tiempo, una existencia que se priva del goce, del amor y de la plenitud que solo emergen en el riesgo. Como escribió Viktor Frankl, la vida no se pregunta por su sentido desde un lugar pasivo, sino que interpela al sujeto: es cada persona quien debe responder a la vida con sus actos, incluso en la incertidumbre. Salir de la zona de confort, entonces, es una forma de responder ; de decir sí a la vida con todo lo que conlleva, sus luces y sus sombras.
Al final, lo más transformador no es el resultado concreto de cada intento, sino la experiencia de haberlo hecho. El valor de abrirse a lo incierto está en que, aunque no todo salga bien, uno descubre su propia capacidad de adaptarse, de resistir y de reinventarse. Y esa experiencia, una vez vivida, ya no se pierde.
Referencias
Einstein, A. (1946). Conferencia en la Universidad de Princeton.
Frankl, V. (2015). El hombre en busca de sentido. Barcelona: Herder. (Original publicado en 1946).
Kierkegaard, S. (2013). El concepto de la angustia. Madrid: Trotta. (Original publicado en 1844).
Rogers, C. (2004). El proceso de convertirse en persona. Barcelona: Paidós. (Original publicado en 1961).
Winnicott, D. W. (2006). Realidad y juego. Barcelona: Gedisa. (Original publicado en 1971).
Français
Tu ne te SENTIRAS jamais prêt, car ÊTRE prêt est une décision, un acte, et non un sentiment ni une émotion.
Sortir de la zone de confort est une décision et une action paradoxale : cela implique de renoncer à ce qui nous procure de la sécurité pour s’ouvrir à ce qui, en apparence, menace cette sécurité. Le confort du connu nous offre calme et stabilité, mais il enferme et limite aussi dans le « déjà vu », le « déjà vécu », ce qui n’inquiète pas. Mais comment apprendre, découvrir ou grandir si l’on ne s’expose jamais à ce que l’on ne maîtrise pas ? Rester dans le confort peut sembler tentant, mais une vie qui se répète sans variations finit par devenir monotone.
La peur est, sans doute, l’un des plus grands obstacles à ce changement. Peur d’être jugé, de ne pas être à la hauteur, de ne pas savoir ce qui arrivera, d’échouer ou de ne pas avoir quelqu’un à nos côtés dans le processus. Cette peur se nourrit de l’incertitude qui, comme le soulignait Kierkegaard, est l’essence même de l’existence : l’humain vit toujours entre la sécurité du connu et l’angoisse du possible. C’est précisément cette angoisse qui se réveille lorsque nous envisageons de franchir une limite au-delà du familier. Et pourtant, sans angoisse il n’y a pas de liberté, sans risque il n’y a pas de transformation.
L’inconnu est un terrain fertile, même s’il est souvent vécu comme une menace. Winnicott insistait sur le fait que le véritable développement subjectif se produit dans l’espace intermédiaire entre le sûr et l’incertain, là où l’individu joue, expérimente et crée. En d’autres termes, l’expérience de croissance exige un certain degré d’inconfort. Cet inconfort, loin d’être un obstacle, est le seuil qui annonce qu’un mouvement est en cours.
La zone de confort, en revanche, est un lieu où rien ne change. Là, il n’y a pas de risque, mais pas non plus de nouveauté. Rester toujours dans le même crée une illusion de contrôle, mais au prix de renoncer aux multiples dimensions que la vie offre. Carl Rogers, dans la psychologie humaniste, parlait du « processus de devenir une personne » comme d’un mouvement continu, une ouverture constante à l’expérience. Et il ajoutait qu’il n’y a pas de croissance sans un degré de vulnérabilité. S’exposer à l’inconnu, c’est accepter que l’on puisse échouer, et que cet échec est une part constitutive de l’apprentissage.
Lorsque quelqu’un ose sortir du sûr, il n’obtient pas toujours un résultat immédiat ou réussi. Il se peut que quelque chose n’aille pas comme prévu, que la tentative déçoive, ou qu’elle confirme même que ce n’était pas le bon chemin. Mais cette expérience est déjà précieuse en soi, car elle élimine le doute paralysant et oriente vers de nouvelles directions. Dans le pire des cas, on apprend. Et apprendre, comme le disait Albert Einstein, c’est ouvrir l’esprit de telle façon qu’il ne revient jamais à sa taille initiale.
En ce sens, la véritable peur ne devrait pas résider dans l’échec, mais dans l’impossibilité d’avoir osé. Le plus douloureux n’est généralement pas d’avoir essayé et échoué, mais d’être resté enfermé dans la question sans réponse : « Que se serait-il passé si j’avais osé ? ». Le poids de ce renoncement est souvent plus lourd que celui de n’importe quelle erreur.
Sortir de la zone de confort ne signifie pas se jeter dans le vide sans mesure ni prudence. Il s’agit de le faire dans la limite de nos possibilités, avec responsabilité et respect envers soi-même. L’inconfort généré par ce mouvement n’est pas destructeur s’il est traversé en conscience ; il est plutôt le signe que le moi s’élargit, que l’esprit et l’âme s’ouvrent au monde. Dehors, là où il n’y a pas de garanties, la vie se déploie dans toute sa complexité. C’est là qu’apparaissent des rencontres inattendues, des découvertes, des apprentissages et, surtout, la possibilité de se réinventer. Et cela peut commencer par de petites choses, comme apprendre à faire des activités seul : aller prendre un café, au restaurant ou au cinéma. Ce n’est pas forcément changer de travail ou se reconvertir professionnellement. Les grands changements et les grands pas sont, au final, le résultat de nombreux petits pas accomplis. On commence par aller seul dans un café, pour finir par ouvrir sa propre cafétéria.
La vie n’est pas faite pour être entièrement contrôlée. Une existence qui cherche seulement à éviter la douleur ou l’inconfort est aussi une existence qui se prive de la joie, de l’amour et de la plénitude qui n’émergent que dans le risque. Comme l’écrivait Viktor Frankl, la vie ne se demande pas quel est son sens depuis un lieu passif, elle interpelle le sujet : c’est chaque personne qui doit répondre à la vie par ses actes, même dans l’incertitude. Sortir de la zone de confort, alors, est une manière de répondre ; de dire oui à la vie avec tout ce qu’elle comporte, ses lumières et ses ombres.
Au final, ce qui transforme le plus n’est pas le résultat concret de chaque tentative, mais l’expérience de l’avoir fait. La valeur de s’ouvrir à l’incertain réside dans le fait que, même si tout ne réussit pas, on découvre sa propre capacité à s’adapter, à résister et à se réinventer. Et cette expérience, une fois vécue, ne se perd jamais.
Références
Einstein, A. (1946). Conférence à l’Université de Princeton.
Frankl, V. (2015). Découvrir un sens à sa vie. Barcelone : Herder. (Original publié en 1946).
Kierkegaard, S. (2013). Le concept de l’angoisse. Madrid : Trotta. (Original publié en 1844).
Rogers, C. (2004). Le processus de devenir une personne. Barcelone : Paidós. (Original publié en 1961).
Winnicott, D. W. (2006). Jeu et réalité. Barcelone : Gedisa. (Original publié en 1971).
English
You will never FEEL ready, because BEING ready is a decision, an act—not a feeling or an emotion.
Leaving the comfort zone is a paradoxical decision and action: it means giving up what gives us security in order to open ourselves to what, in appearance, threatens that security. The comfort of the familiar offers calm and stability, but it also traps and limits us within the same old patterns, what has already been experienced, what does not disturb. Yet how can we learn, discover, or grow if we never expose ourselves to what we do not master? Remaining in comfort may sound tempting, but a life that repeats itself without variation eventually becomes monotonous.
Fear is, without doubt, one of the greatest obstacles to this change. Fear of being judged, of not measuring up, of not knowing what will happen, of failing, or of not having someone to accompany us in the process. This fear is fueled by uncertainty which, as Kierkegaard pointed out, is the very essence of existence: the human being always lives between the safety of the known and the anxiety of the possible. It is precisely this anxiety that awakens when we consider stepping beyond the familiar. And yet, without anxiety there is no freedom, without risk there is no transformation.
The unknown is fertile ground, though it is often experienced as a threat. Winnicott insisted that true subjective development takes place in the intermediate space between the secure and the uncertain—there where the individual plays, experiments, and creates. In other words, the experience of growth requires a certain degree of discomfort. This discomfort, far from being an obstacle, is the threshold that signals that something is in motion.
The comfort zone, by contrast, is a place where nothing changes. There is no risk there, but neither is there novelty. Remaining always in the same creates an illusion of control, but at the cost of giving up the multiple dimensions that life offers. Carl Rogers, from the humanistic perspective, spoke of the “process of becoming a person” as a continuous movement, a constant openness to experience. And he added that there is no growth without a degree of vulnerability. To expose oneself to the unknown is to accept that one may fail—and that failure is a constitutive part of learning.
When someone dares to leave the secure, they do not always obtain an immediate or successful result. Things may not turn out as expected, the attempt may disappoint, it may even confirm that it was not the right path. But that experience is already valuable in itself, because it eliminates the paralyzing doubt and directs us toward new directions. In the worst case, one learns. And learning, as Albert Einstein said, is opening the mind in such a way that it never returns to its original size.
In this sense, the true fear should not be failure, but the impossibility of having dared. The most painful thing is not usually having tried and failed, but having remained trapped in the unanswered question: “What would have happened if I had dared?”. The weight of that renunciation is often heavier than that of any mistake.
Leaving the comfort zone does not mean throwing oneself into the void without measure or care. It is about doing so within our possibilities, with responsibility and respect for oneself. The discomfort generated by this movement is not destructive if navigated consciously; rather, it is the sign that the self is expanding, that the mind and soul are opening to the world. Outside, where there are no guarantees, life unfolds in all its complexity. There, unexpected encounters appear, discoveries, learning, and above all, the possibility of reinventing oneself. And it can begin with small things, such as doing activities alone: going for a coffee, to a restaurant, or to the cinema. It does not necessarily mean changing jobs or switching careers. Major changes and great steps, in the end, are the result of many small steps taken. You may start by going to a café alone, and end up opening your own coffee shop.
Life is not meant to be completely controlled. An existence that only seeks to avoid pain or discomfort is also an existence deprived of joy, love, and fulfillment—which only emerge through risk. As Viktor Frankl wrote, life does not ask about its meaning from a passive place; rather, it questions the individual: it is each person who must respond to life through their actions, even in uncertainty. Leaving the comfort zone, then, is a way of responding—of saying yes to life with all that it entails, its lights and its shadows.
In the end, what is most transformative is not the concrete result of each attempt, but the experience of having done it. The value of opening to the uncertain lies in the fact that, even if not everything goes well, one discovers their own capacity to adapt, to endure, and to reinvent themselves. And that experience, once lived, is never lost.
References
Einstein, A. (1946). Lecture at Princeton University.
Frankl, V. (2015). Man’s Search for Meaning. Barcelona: Herder. (Original published in 1946).
Kierkegaard, S. (2013). The Concept of Anxiety. Madrid: Trotta. (Original published in 1844).
Rogers, C. (2004). On Becoming a Person. Barcelona: Paidós. (Original published in 1961).
Winnicott, D. W. (2006). Playing and Reality. Barcelona: Gedisa. (Original published in 1971).